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JulDioses de barro
Eduardo García de Diego era un auténtico conocedor de las fatigas del copista medieval. De haber escrito su prólogo en latín, sin duda habría dicho lo siguiente:
“O quam gravis est scriptura! Oculos gravat, renes frangit, simul et omnia membra contristat! Tria digita scribunt, totus corpus laborat. Quia sicut nauta desiderat uenire ad proprium portum, ita scriptor ad ultimum uersum.” [¡Qué duro es escribir! Los ojos pesan, los riñones duelen y el resto de los miembros se entristece. Tres dedos escriben, todo el cuerpo trabaja. Pues así como el marinero desea llegar a puerto doméstico, así el copista quiere llegar al último verso.]
Gracias a él, sin embargo, leemos los glosarios que, con paciencia benedictina, copió y publicó, desafiando su precaria salud.
En uno de estos glosarios se lee la siguiente entrada: “Fictilibus: vasis terrestribus.” No hay duda alguna: en latín, fictilis siempre significa “de barro” o “de tierra.” Con ese mismo significado y no con otro se transmite a la Edad Media, y fictiles, al menos en parte, son los pies de barro del famoso ídolo.
La etimología está también clara. Fingo. Es el fruto de un sentido translaticio, o de una etimología popular. De hacer representaciones (fictiones) o cosas útiles (¿fictiones?, también, si tenemos en cuenta los usos jurídicos) en terracota o barro, el uso de la palabra deja a un lado el arte (fingere) y pone en primer plano el material. Es una metonimia bastante razonable la que está en la base de esta etimología popular. Fictilis no abandonará jamás este significado.
Rodrigo de Santaella, en su Vocabulario Eclesiástico de 1499 lo explica así:
“Fictilis. y hoc fictile. me. cor. cosa hecha o formada de barro o tierra. como ladrillo o teja. Leuitici .xiiij. y .iiij. Regum .iij. dixose de fingo. gis. no por fingir sino por hazer o formar. juxta introitum porte fictilis. Hieremie .xix. deziase fictilis. porque los que labrauan de barro. morauan. y labrauan cerca de aquella puerta o porque cerca della echauan los caxcos delos vasos que se quebrauan.”
Dicho esto -y más que se podría añadir- me encanta el disgusto de Tito Livio cuando en Ab urbe condita, 34.4 se queja de los pedantes que admiran las decoraciones de Atenas y Corinto y se ríen de las estatuillas de barro de los dioses romanos [Iam nimis multus auto Corinthi et Athenarum ornamenta laudantes mirantesque et antefixa fictilia deorum Romanorum ridentes.,] a quienes él considera propicios y propios, por ser domésticos y por recordarle a sus antepasados.
No recuerdo ahora (ni tengo tampoco ocasión de mirarlo en este instante) que nadie en la Edad Media haya traducido a Tito Livio hasta tan lejos como el libro 34. Alguien tan latinado como Pierre Bersuire (por caso) jamás habría errado en este tipo de traducción -aunque benedictino, no imagino que no estuviera harto de leer al entorno de santo Tomás (que aún no era santo) hablando de las interpretaciones del ídolo con los pies partim ferre, partim fictiles.
Lo mismo podría decirse de Boccaccio, latinista que jamás de los jamases habría leído en Tito Livio otra cos que “efigies en barro de los dioses romanos.”
Ahora bien, ¿cómo podría ser que a personas tan sensibles a la forma y al concepto mismo de ficción y a las fábulas de los antiguos, etc., se les hubiera hecho natural una sonoridad tan próxima a un concepto que no hacían más que comentar y someter a crítica en relación con los dioses romanos, tal y como es la ficción? ¿Y no es el “poeta fictor” o el “fictor carminis” pieza del mismo vestido -como dice Santaella, al cabo, no es fingo también algo como el griego poiein, es decir, fabricar?
Puede que sí, pero más bien puede que no. En este último caso, qué lástima, porque la expresión mata un montón de pájaros de un tiro y da oxígeno a todo género de sobreinterpretaciones en torno a las cuales fabricar teoría. Y además, introduciría una cantidad casi insólita de ironía a las “ficciones de los dioses romanos” que tanto preocupan, o al menos ocupan, a Boccaccio y a Bersuire (por no salir de la B) en la Genealogia o en el Ovide Moralisé.
Esculturas de barro convertidas en ficciones de dioses a los que el evemerismo tanto desea bajar a tierra.
¿Fictilibus? ¡Terrestribus vasis!